Rosas y de pececitos azules

18. Abr, 2013 - - Espacio Literario, Relatos cortos

Rosas y de pececitos azules

Es lo que hice y lo hice porque Dios me lo pidió, y lo que Dios me pide yo lo hago, y así ni lo pienso antes ni luego me arrepiento. Aparté el vaso, ya no quedaba ni el agua del hielo, había absorbido hasta la ultima gota de alcohol y la música sonaba rasando por encima de mi y de aquella barra, arremolinándose en ritmos aflamencados que hacían temblar lo que quedaba de un corazón prendido ya solo por unas débiles fibras que amenazaban con dejar caer mi alma. Y con toda la fuerza que pude concentrar, con aquella fuerza que sólo puedes sacar de los adentros unas pocas veces en tu vida, golpeé la puta barra de bar con la cabeza hasta abrir el mármol blanco y salir rebotado consciente de mi fracaso; suficientemente consciente como para golpear una y otra vez los pensamientos contra aquella barra, inutilizando los recuerdos, con la furia que solo demuestran unos pocos toros en la vida de un matador. Atrás, astillas de mis dientes brillando entre el polvo, purpurina del mármol derrotado.

Sentí que todo se mareaba alrededor de mi, no era dolor, simplemente las piernas dejaron de sustentarme y caí de rodillas; apostado sobre las palmas de las manos en el sucio suelo. Paré mi vida una eterna décima de segundo. Acaricié la sangre que nublaba mis ojos y me manché de la misma fuerza que saborean los boxeadores abandonados en la cuenta de su suerte, cuando ya sólo les queda azúcar para acodarse en la lona, intentando erguirse dignamente ese milímetro que les permite levantar la mirada para ver quien los ha matado. Y me levanté desde la rabia de los arrestos que me quedaban después de cien días de lágrimas, sabiendo que golpearía desde abajo mi cabeza contra el borde que sobresalía, buscando el oxígeno, escapando del mar, buscando el final. Un sonido hueco me devolvió al suelo.

No recuerdo haber caído, no recuerdo nada sólido, sólo sensaciones y beber. Bebía. Tenia sed y me bebía la sangre que bajaba entre mi nariz rota y el valle del pómulo. Unos tacones altos frente a mi. Una piernas interminables gritándo algo del loco y yo mirando desde abajo sus bragas. Rosas y de pececitos azules.

-Hola pececitos, no gritéis, así vivo yo, me llamo Frank, Frank Toche.

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