El Blog de Francisco Cortes Rueda

Cada día me agota más el discurso que se está generalizando, y no me gusta generalizar, entre los padres en queja lastimera del hijo que se pasa todo el día en el ordenador y con el móvil; que no les explica nada, que no les habla, que si pin, que si pon, que si están todo el día enganchados a facebook, a twitter, a los videojuegos. Supongo que preferirían que sus hijos pasasen las horas pintando cuevas abovedadas con bellas escenas de caza, de la peligrosa caza de lagartijas como hace 30 años, o que pasasen las horas pendientes de unos panfletos de papel encargados de difuminar en inexistente periodismo la doctrina del poder político gobernante, o viendo esa tele maravillosa que tanto les gusta a los papis ya que si no es por ellos no se quién pagaría por poner anuncios de ranciedad evidente… un poco de telediario adoctrinado, en el canal de mi propia doctrina para que no me sienta agredido, luego un “interesantísimo” Granada-Gijón en un “interesantísimo” octavos de final partido de futbol ida de la Copa Pistón(*), eso si, en el correspondiente canal con el correspondiente presentador extremadamente imparcial para que hasta los chutes fuera del campo cuenten como goles; y acabando el fin de semana con series tipo “aídas” o similares donde manolitos engarzan risas tras risas independientemente de si hace risa o no, o de si el único que se ríe es la abuela del guionista.

Los adolescentes hablan ahora más que nunca, pero estamos más sordos, y ciegos que nunca, y es que nunca en la historia de la humanidad una generación se está expresando con tanta calidad, claridad y cantidad como ahora. Nunca una generación está creciendo más preparada y no porque los hayamos apoyado mucho, sino porque ellos han tenido por primera vez las herramientas y los santos para salirse del encorsetamiento ecléctico paterno en cíber huida. Cuando los adolescentes abren una página en facebook se expresan en toda su amplitud, desde el tipo de imágenes que comparten al tipo de mensajes, al tono de los mismos, a la imagen de la propia página, a los amigos que aceptan, a lo que twitean, lo que whatsaapean, con quién, con quién no. Exponen toda su vida, sus amigos, sus fotos, las cosas que les pasan a cada instante, hablan y hablan, y piden a voces que el mundo les escuche. Gritan en silencio, como los bisontes de Altamira que algún iluminado nos quiere todavía convencer que un homínido despistado de no se sabe que capacidad craneal había pintado como quién pinta una tarde de verano.

Tres cosas.

1. No pidamos a los adolescentes que nos hablen en nuestro lenguaje, no lo conocen; simplemente escuchemos lo que nos dicen en su lenguaje.

2. No pretendamos invadirles su medio hablando hipócritamente camuflados de adolescencia en su lenguaje, será un pastiche.

3. Piensen que a lo mejor cuando ustedes ven el interesantísimo Granada-Gijón, sus adolescentes están visionando nuevos capítulos de Modern Family.

Y si me lo permiten, he vuelto a ver alguna biblioteca llena de jóvenes un sábado por la tarde en mesas estudiando juntos. ¿Las redes los están humanizando? ¿las redes los están uniendo? ¿de qué nos quejamos entonces?

(*) Con permiso de Rayo McQueen, nuestros adolescentes ya nos han pasado a esa velocidad. Creo que ni los hemos visto pasar.